AMOR MORADO

JORGE CARRION RUBIO
3 min readOct 4, 2021

--

“Hay veces que nos quedamos pensando como queriendo llorar” decía el poeta. Y nos deprimimos tanto que sentimos nuestro padre ausente o nuestra madre eterna allá en la gloria del señor. Descubrimos nuestra soledad más sola que de costumbre y al observar el entorno, vemos pájaros volando, insectos cargando sus comiditas para cuando se termine el verano, plantas hermosísimas llenas de vida, cascadas cargadas de agua de manantial y el sol radiante iluminando nuestras vidas… Entonces reflexionamos nuestra soledad y nos interrogamos: ¿si en un lugar lleno de vida nos sentimos solos, quién podrá darnos compañía?

Comprendemos luego que en verdad no estamos solos, sino todo lo contrario, llenos de vida por donde quiera que vayamos. Así es que es mejor darle gracias a la vida que andar cuestionándola. Sin embargo, al continuar con nuestro camino de paz, nos damos cuenta que el mundo rara vez está en paz. Por más que la busquemos, la paz no se encuentra en este mundo. Al parecer la paz no es terrena, sino celestial. Hallamos entonces personajes como Jesús de Nazareth, Gandhi, Mandela, que son hombres eternos que hicieron caminos de paz al andar. Todos ellos alguna vez se preguntaron: pero puede que en mi camino encuentre hombres que no sean pacíficos. La respuesta es muy sencilla, busca otros caminos. Y si en cada tramo aparece el hombre violento que no quiere paz, tu lucha ha de ser por darle sabiduría y por sembrar un solo corazón con la naturaleza, porque un corazón que solo es uno con la naturaleza, aunque el cuerpo luche, no tendrá espacio para la violencia. Y en aquél que no es uno con la naturaleza, aunque el cuerpo repose, siempre habrá violencia. Por lo tanto debemos ser como las fauces de un tiburón que surca las aguas y sin embargo la estela que deja no rompe el agua.

Así llevamos mucho tiempo reflexionando nuestras vicisitudes mundanas. Pero si nos lo preguntaran, ¿cuánto tiempo llevamos? nuevamente, la respuesta correcta tendría que ser, no mucho señor. Eso sería un indicativo positivo de que vamos aprendiendo, pues para alcanzar tu objetivo debes alcanzar la fuerza interior. La fuerza exterior es física, se desvanece con la edad y zozobra con la enfermedad, la otra es el chi, la fuerza interior. Todo el mundo la tiene, pero es mucho más difícil de desarrollar. La fuerza interior permanece, haga frio o calor y dura hasta la vejez, y más allá del allá, como nos volvería a decir el poeta de los huesos húmeros puestos a la mala.

¡Oh qué dulce sueño! Por allí mi vida avanza. A los no sé cuántos años de ausencia de mis padres, yo pobre irracional avanzo, desde lo más desgastado de mi ser hasta mis anhelos ajados, paso, pueda ser, por las mismas vivencias acumuladas en el tiempo, tanteo la ruta desconocida, llorada por mi madre que, ausente hace ya varios años, ya no estaba esperando mi exitoso retorno o descarriado, fuera de este mundanal ruido. La ciudad, el tiempo húmedo de Lima, el incoloro panorama gris que me rodea, todo comienza a agitarme en nostálgicos recuerdos filiales. Casi podía volver a sentir la presencia de mi madre que alguna vez me llevó a las nazarenas en octubre y válgame Dios, de un momento a otro, la perdí literalmente en medio de la muchedumbre de feligreses. No porque era un niño, sino porque era mi madre todo mi amor, aquellos minutos fueron eternos de desesperación al saberla perdida. Sentía que ella también me buscaba con la misma desesperación que yo lo hacía. Me di cuenta que sin ella simplemente no existía. Como cualquier niño lagrimeaba, y la gente me observaba, algunos me preguntaban ¿y tu mami?. Este niño está extraviado. Alguien de uniforme me tomó de la mano mientras continuaba preguntándole a la gente: alguien ha perdido un niño!

Al cabo de unos minutos que parecieron eternos:

¡Mi madre apareció de entre la multitud!

— ¡Hijo de mi vida! — rompió a llorar mi madre y corrió a abrazarme contra su seno, con ese frenesí y ese llanto de dicha con el que siempre me acarició ante todas mis partidas y llegadas, ya luego, durante todo el transcurso de mi vida. Ambos lloramos lágrimas que jamás lloró ni llorará madre e hijo alguno, al pie del Cristo de Pachacamilla.
¡Y nos perdimos entre mantos morados, olor a incienso y mirra, sahumerios y cánticos al Señor de los Milagros!.

--

--

JORGE CARRION RUBIO
JORGE CARRION RUBIO

Written by JORGE CARRION RUBIO

Soy tal vez aquella brisa que acaricia tu existencia, es decir, escritor, poeta, periodista, hombre de a pie. Si me buscas en google reconocerás mis pasos…

No responses yet