El fin de la pandemia…
¡Alabado sea el señor!
Nuestra vida es como el líquido elemento
que Dios provee
para conducirnos alrededor del planeta.
El agua cubre el 70% de este mundo
ancho y ajeno
con su fórmula secreta
famélica de masa.
60% de líquido somos
y volveremos a ser
porque todo polvo termina
en alguna orilla
en algún noser.
Este es, sin duda, un discurso bohemio,
de la verdadera bohemia
del líquido elemento,
aquel que no te embriaga,
y sin embargo,
corre por tus venas abiertas
por tu océano existencial
que te da vida e inunda,
que te sacia la sed y te ahoga.
Pues de resultas,
todo este discernimiento emana
de un cerebro compuesto
por un 79% de agua.
Es más, al escribir estas líneas
dándole al teclado
advierto que mis células
están llenas de tan bendito líquido.
Así, vine a parar a este mundo cruel,
como una gota de agua
en medio de la mejilla de mi madre
que lagrimeaba de alegría
al verme gritar y llorar
por tan craso error planetario.
Y digo error
porque mi planeta ideal habría sido el de mi perro,
tan querendón y leal,
tan juguetón y fiel.
Pero vine a parar a este valle de lágrimas
y aquella misma gota de agua alegre
terminó deslizándose tristemente por mi rostro
la tarde fúnebre
que vi partir a mi adorada madre
fuera de este mundo.
Como se paran las aves en sus nidos,
abren el pico bajo el calor de su madre
y luego cantan, danzan,
vuelan, se alborotan,
así me llegó el día
que me tuve que ir más allá del allá
que había imaginado.
Me di cuenta que solemos ser aves migratorias
cuando se nos cae la noche,
cuando crecen la sombras tras el declinar del sol
y nos persigue la oscuridad, el infortunio.
Dicen que todos venimos así,
mágicamente.
Yo tengo mis dudas,
creo que más allá de magia,
fui enviado para algo,
tal vez el sólo hecho de pensar en esto,
responde a mi pregunta.
Tanto golpe recibido
debe romper algún cántaro reflexivo.
¿Por qué ocultar nuestros difuntos
si todos somos hijos de Dios?
Incluso los olvidados.
Por qué no dar el pésame,
no dar las gracias,
no dar hospedaje,
no dar un plato de comida,
no dar amor en medio de tanta muerte
no dar agua en medio de tanta sed.
Tendrán perdón del creador
aquellos personajes insensibles que nos circundan,
sepultando vidas,
como si fueran piedras,
aquellos que de lejos parecen
y de cerca son el propio enterrador,
frio y mordaz,
de sus mismas muertes.
Sin embargo,
una de las lecciones aprendidas
a golpe de caminar con desventura
y así detener estas heridas
es llenarme del creador de todo esto
y saber que él tiene un gran plan para mi vida
y en consecuencia
para todos los que por alguna mágica razón
me escuchan, leen y me siguen.
¡Algo bueno ha de pasarnos
en el nombre del creador!
(Isaías 30:18, 40:31, 53: 5, Efesios 1: 3, Jeremías 29:11)
Es el fin de la pandemia,
¡Alabado sea el señor!