El primer día

JORGE CARRION RUBIO
4 min readJul 24, 2024

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A propósito del Día de la FAP y el mes de la Patria

El primer día en la escuela llega a su clímax al acaecer la noche en la cuadra, llena de catres o literas, dispuestos uniformemente, como alguna vez lo habíamos observado en las películas de guerra. A un alumno del tercer año le corresponde la responsabilidad de atendernos. Todo anda bien hasta que se apagan las luces y no falta uno que emite un pedo verdadero o pretende hacerse el chistoso simulándolo con su boca, provocando un estallido de risas y murmullos lo suficientemente fuertes que despiertan el enojo del teniente de servicio. Se encienden las luces y una voz ordena:

- ¡Todo el mundo de pie, perros de mierda! ¡Con dirección a la explanada, a correr!

Era casi la medianoche y todas las cuadras fuimos a dar a la explanada de la base aérea, literalmente el batallón al desnudo, en calzoncillos, pijamas, como quiera que fuera. Uno de los más altos de nuestra promoción, que tenía cara de viejo, resultó completamente desnudo, con el calzoncillo colgando de su miembro, lucía de lo más relajado frente a todos los superiores.

- ¡Oiga usted, qué se cree, un loco!-. Increpó en sus oídos el teniente de guardia. — ¡No, mi Teniente!-. respondió el “calato”, como lo terminamos llamando.

Al parecer tenía experiencia de soldado, había servido en la división aerotransportada de la misma fuerza aérea y para él este tipo de despertares eran parte de su rutina. Al menos eso fue lo que comprendimos cuando uno de los técnicos le comentó al teniente.

  • Ese perro tiene experiencia mi teniente, ha prestado servicio en la división aerotransportada-.
  • — ¿Y por qué no postuló a la de oficiales perro de mierda? -. interrogó el teniente.
  • — Sí lo hice mi teniente, pero me faltó palanca-. Respondió el alumno.
  • — Palanca, no será que usted es un bruto de mierda. Pronto lo sabremos. ¡Retírese a su cuadra, cuento 3 y está de retorno aquí con su uniforme!
  • — Sí, mi teniente-.

Corrió presuroso “calato” en medio del murmullo de sonrisas del batallón. Formados en varios pelotones, completamente calvos y en sandalias, parecíamos personajes de un campo de concentración de la segunda guerra mundial.

Abordamos casi las tres de la madrugada haciendo planchas o lagartos, corriendo por la explanada, haciendo ranas, al ritmo de cánticos militares, uno dos, tres cuatro… y de sermones oficiales que nos hacían entender que a partir de esa noche teníamos que acostarnos en el más estricto silencio.

Luego de ese día y por los próximos tres meses de instrucción, los castigos eran por lo que se le viniera en gana a nuestros superiores. Un pelito mal afeitado, una funda de cama medio arrugadita, unos zapatos mal lustrados o cualquier retraso en formación, significaban trasnocharnos al ritmo del ¡uno dos!, ¡tres cuatro!… ¡cuatro tres!, dos uno!… literalmente corriendo toda la noche.

Por las mañanas como a las 5, nos despertábamos al toque de diana y salíamos presurosos, con nuestra ropa de deporte, rumbo a la pista de aterrizaje de la base aérea. Le dábamos un ida y vuelta a toda la pista, es decir, corríamos un promedio de 5 a 8 kilómetros todas las mañanas.

Nuestro superior iba adelante, arreándonos cual jauría de ganados, apresurándonos el paso.

  • La guerra santa es una guerra “justificada por Dios” que conduce a la “salvación eterna” de quien muere en ella-. Nos susurraba en el oído, si nos quedábamos rezagados.
  • — ¡Perro, esto es una guerra! -. Levantaba la voz y continuaba corriendo.

Los primeros días llegábamos exhaustos a nuestras cuadras, directo a la ducha común que nos tenía allí hecho unos trapos. Teníamos cinco minutos para asearnos y cambiarnos con nuestro uniforme de faena y dirigirnos al comedor a tomar nuestros respectivos desayunos.

En ocasiones, especialmente al caer el otoño, las hojas de los árboles caen a montones sobre las instalaciones de la base aérea, y éramos los perros los encargados de recogerlas y echarlas en los depósitos de basura. No podía quedar el más mínimo síntoma de árboles de otoño cuando pasaran nuestros superiores a inspeccionar la base. Se hacían interminables aquellas hojas desparramadas en la explanada. Nos decían:

- La finalidad política de toda guerra es imponer la propia voluntad sobre la del enemigo-.

Nos tenían como a sus enemigos, y a punta de castigos iban doblegando nuestro carácter e imponiéndonos su forma de pensar, su política de vida. Teníamos que entender que esa era la vida militar que comenzábamos a asimilar.

Escrito por: Jorge Carrión Rubio (JCR)

Escuela de Sub-Oficiales de la Fuerza Aérea del Perú (1989)

JCR en la actualidad (2024) es Miembro de la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores el 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria

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Written by JORGE CARRION RUBIO

Soy tal vez aquella brisa que acaricia tu existencia, es decir, escritor, poeta, periodista, hombre de a pie. Si me buscas en google reconocerás mis pasos…

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