ELECCIÓN BICENTENARIA
Así reflejaba la prensa venezolana su fiesta bicentenaria. Se conmemoraban 200 años de la Declaración de Independencia y miles de caraqueños desbordaban el Paseo de los Próceres para espectar el desfile cívico militar que tenía como protagonista al Comandante Hugo Chávez Frías como Jefe de Estado y del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas bolivarianas.
Ya el divisionismo había tomado cuerpo en la población venezolana y era normal el contrapunteo de opiniones contrastadas entre los disidentes y los seguidores del comandante. También las conspiraciones estaban a la orden del día, de modo que era característico escuchar alocuciones invitando a vencer “a quienes pretenden desde dentro y desde fuera debilitar y echar abajo a la Patria y su independencia”. Chávez contaba con el apoyo presencial en tierras llaneras de presidentes del momento como: Evo Morales de Bolivia, Pepe Mujica de Uruguay y Fernando Lugo de Paraguay. Para su seguridad monitoreó el desfile desde Miraflores y autorizó el inicio del mismo a través de un mensaje televisivo.
Bajo esos extremos conducía Chávez el poder político venezolano. Recordemos que ya había sido sujeto de un duro golpe de Estado en el 2002, donde estuvo al borde de la muerte allá en la Isla de la Orchila, mientras los opositores al régimen negociaban la firma de su renuncia, al tiempo que sus soldados planeaban su liberación y el pueblo plenaba las calles pidiendo la presencia viva de su comandante.
Pero trasladémonos al Perú a puertas de su bicentenario independentista, para observar el panorama que arropa al candidato identificado con ese mensaje popular emparentado con el pueblo olvidado. Observamos que sin haber llegado al poder, ya el fraccionamiento social está radicalmente presente. Pero hay varias diferencias de espacio, tiempo e historia que pueden direccionar los acontecimientos hacia otros rumbos.
El principal, Venezuela abordó su bicentenario ya con Chávez y su supuesto proceso revolucionario en pleno desarrollo, mientras que Perú llega a sus 200 años con un encuentro de dos mundos: el primero, de resultar electoralmente triunfador, cargado de ilusiones y de sueños reivindicadores, aupando a una cúpula de supuestos salvadores de la patria olvidada. El segundo, los que lucharon contra la subversión en las épocas aciagas del terrorismo y que tras haber conseguido cuotas de poder se vieron contaminados por el flagelo de la corrupción.
Y otro no menos importante factor diferencial con el que abordaron su bicentenario los caribeños, fue el apoyo no sólo del pueblo olvidado a la enérgica figura del comandante, sino el respaldo del conglomerado empresarial, intelectual, clerical, hasta de los medios de comunicación, a la incursión en la política del grupo de comandantes que finalizando el siglo XX, habían intentado llegar al poder mediante las armas. Necesitamos un cambio, decían todos ellos, un hombre fuerte. Quizás su más reciente experiencia gubernamental con el octogenario Rafael Caldera, que a duras penas podía hablar y mantenerse de pie, hizo que los venezolanos de la época buscaran esa figura de contraste, un comandante. Los hizo buscar también a un personaje que esté al margen del contubernio entre los dos partidos políticos más importantes históricamente de Venezuela, que cada cinco años se cobraban y daban el vuelto en el poder político venezolano: Acción Democrática desde tiempos de Rómulo Betancourt hasta Carlos Andrés Pérez y el Partido Social Cristiano COPEI del citado Caldera.
Para el caso peruano en la actualidad, el apoyo del pueblo olvidado es evidente hacia el candidato radical identificado con procesos revolucionarios como el venezolano, pero la prensa y el mundo empresarial representado por la CONFIEP (Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas) no apuestan por Pedro Castillo, como si lo hizo en su momento FEDECAMARAS (Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela) con Hugo Chávez. Y aquí ubicamos una tercera variable, el carisma y facilidad de palabra del Comandante “encantador de serpientes” que supo conquistar a una de las cúpulas empresariales más representativas de la oligarquía latinoamericana; frente a la escasa o nula elocuencia y sabiduría del candidato peruano.
Y la variable del radicalismo que acompaña al comandante tiene como punto de partida el ejército bolivariano y su patriotismo implícito. La lucha armada que cargan consigo los chavistas viene de los cuarteles a nivel de un grupo de comandantes que un 4 de febrero de 1992 (4F) se revelaron a la plana mayor del ejército venezolano. Mientras que el radicalismo que representa el candidato Castillo, está vinculado al partido marxista, leninista y guevarista Perú Libre, que no descarta la lucha armada, al tener congresistas electos con un probado prontuario vinculado con grupos terroristas como Sendero Luminoso y el MRTA. En el ideario inicial de rebelión del Movimiento “V República”, está el pasado glorioso del ejército libertador y del pensamiento bolivariano, que enaltece al Libertador Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco; mientras que, en el ideario de Perú Libre, implícito está enaltecer a Abimael Guzmán, Cerpa Cartolini, Víctor Polay Campos y sus grupos sediciosos.
Aunque hay muchas similitudes entre estos dos fenómenos radicales a nivel de la política latinoamericana, también hay grandes diferencias que a la hora de la elección pueden jugar un rol determinante. Observar, por ejemplo, que aquel 4F de 1992 se dio el golpe de estado fallido de Hugo Chávez que lo lanzó a la fama; y coincidentemente aquí en el Perú, dos meses después, un 5 de abril de ese mismo año, se dio el famoso autogolpe, que terminó perpetuando en el poder a Alberto Fujimori por más de 10 años. Han transcurrido 29 años de ambos sucesos. Venezuela se ha mantenido bajo los mismos ideales supuestamente revolucionarios, y su población se ha empobrecido a niveles jamás vistos en América Latina, mientras que la cúpula del estado mayor del ejército y afines a Maduro y lugartenientes viven en una isla de bienestares; aconteciendo que muchos venezolanos se hayan visto obligados a emigrar, siendo Perú uno de los países elegidos, en señal de que las cosas por acá se hicieron mejor en materia económica, incluso social, a pesar de todos los presidentes juzgados por corrupción y por juzgarse, a pesar del mal manejo de la pandemia, a pesar de todo lo que falta por hacer en beneficio de las grandes mayorías, entre otros pesares.
Un último apunte no menos importante, es el que acontece con el que actualmente ocupa el máximo poder político venezolano, Nicolás Maduro Moros. Un hombre poco instruido, excepto la instrucción recibida en La Habana cuando joven, que siempre anduvo muy cercano al Comandante Chávez, tanto así que terminó siendo su Canciller. Inicialmente era como el Cerrón de Chávez, ya que si bien es cierto el comandante tenía una identificación plena con la revolución cubana, también es verdad que cada vez que podía marcaba la pauta con el pensamiento bolivariano que lo manejaba muy bien y disentía de cualquier propuesta proveniente de La Habana. Sin embargo, para eso estaba Maduro, como el intermediario o mensajero de las líneas radicales de Fidel y Raúl Castro hacia un proceso pro-cubano.
Para el panorama peruano Cerrón es el Maduro de Chávez, es decir, cuando observamos a Castillo sin la grandilocuencia del Comandante venezolano, tratar de marcar la diferencia con los radicalismos que lo circundan, hay un vacío existencial en sus palabras, que le quitan credibilidad y lo llenan de miedo. Esperamos estar equivocados, pues como lo explico en el libro “Hugo Chávez: ¿somos libres seámoslo siempre?”, hay muchas teorías que indican que a La Habana no le convenía Chávez, que Maduro era una pieza preparada por la revolución cubana para instalarse de por vida en el poder político venezolano.
Quizás por ello, muchos se preguntan: cómo puede haberse despedido cantando el Comandante de su gente de Caracas en cadena nacional, anunciando su viaje a La Habana para someterse a una intervención quirúrgica, subiendo las escaleras del avión sin solicitar ayuda de nadie; para que unos días después se dé la noticia, en un primer momento, que había perdido literalmente la voz pues había sido entubado por una operación en la traquea, para finalmente anunciar su muerte.
Lo cierto es que este círculo vicioso proveniente de La Habana ya tiene sus cuadros de resguardo del G2 cubano en los puntos de concentración del candidato Castillo, ordenados por Cerrón. El gobierno peruano está al tanto de ello, esperemos que las fuerzas armadas peruanas y el servicio de inteligencia puedan neutralizar cualquier intento de sojuzgamiento de quien sin duda no tiene experiencia en este tipo de poder siniestro con el que se manejan los radicalismos de ultraizquierda en América Latina, como al final de cuentas, tampoco lo tuvo el Comandante. Y que las Fuerzas Armadas se mantengan al margen, desinfiltradas de la revolución cubana.
Para que se vaya acostumbrando a cuidarse, hay que recomendarle al profe Castillo que cambie su seguridad y la proclama “patria, socialismo o muerte” por “ojo, pestaña y ceja” y así salvaguardar su momento de poder y la democracia peruana.