FIESTAS PATRONALES Y REFLEXIONES BICENTENARIAS

JORGE CARRION RUBIO
7 min readDec 11, 2020

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No sólo pueblos del ande peruano como Paucartambo tienen como patrona a la Virgen Inmaculada Concepción, sino incluso las grandes urbes del primer mundo como Estados Unidos, España, Portugal, Corea del Sur, Japón y muchos emblemáticos países más como Nicaragua, Filipinas, El Salvador, Panamá, Polonia, México, Paraguay, Argentina y Venezuela.

Pero en los pueblos sin duda se siente la fiesta más allá de las iglesias, porque la iglesia es el pueblo. Y como nos relataba el sacerdote José Bernardino Peña Huamán, para la gente del pueblo andino es día de fiesta, de alegría por la “Mamanchi Purísima”, es decir, por la Vírgen Purísima de estos valles ubérrimos de Pasco: Inmaculada Concepción.

Y es cada 8 de diciembre en el que se produce esta alegoría y alegría desbordante con las fiestas de capitán, antaño engalanadas con trajes típicos no sólo para los jinetes sino incluso para los briosos caballos de paso del tío Rufino Lozano, Aclly, Nelo y Reynaldo Soto, o del gran “Huajayllas” Antuco Ureta, entre otros. Alguna vez vimos pasar con un raudo cabalgar a Tomasito y Jorge Lozano sobre las calles de barro del centenario pueblo, incluso verlos caer precipitosamente en medio de su bohemia. Felipe Carlier y “Shapu” Huaynate también dieron rienda suelta a sus habilidades ecuestres, recibiendo la tradicional fiesta de Capitanía.

En la plaza principal del pueblo, frente a la otrora estatua de la libertad, que emulaba a la de Nueva York, se daban cita esta especie de “chalanes andinos”, cada uno con sus despampanantes caballos, sazonados en su mayoría con las agûitas del olvido que le hacían matar sus penas, porque la vida del campo sin duda es muy ruda y de una y otra forma hay que darle una catarsis. Como diría Zorba el griego:

“Hay que purificar las pasiones del ánimo mediante las emociones que provoca la contemplación de una situación trágica”.

Como es de suponer, a veces llegamos al exceso y nos acostumbramos a ello, con tradiciones venidas del viejo mundo como las corridas de toro y el no menos tradicional “jalapato andino”. Del primero hay muchos que han explicado las razones de su rechazo. Del segundo dicen algunos que es una cruel y bárbara costumbre andina practicada anualmente en festividades típicas de algunas poblaciones de la sierra peruana en honor a alguna deidad religiosa. Ésta se compara a otras aberraciones humanas como la pelea de gallos o la corrida de toros.

Para no quedarnos con la incógnita de esta singular forma de celebrar, vamos a recurrir a la descripción que hace sobre el “Jalapato” el CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS SOCIALES, “HAUCCA” de José Soto Meza:

“Su atuendo es muy vistoso, y consiste en sombrero a la pedrada (paño de color cabritilla generalmente), pañuelo blanco y de seda al cuello, poncho generalmente de lana de vicuña. Los caballos lucen rico jaez y silla de esmerada factura, muchos de ellos vienen del pueblo de Chacapalpa, en la quebrada del Mantaro, cerca de la Oroya. Juntos, pues, padrinos y acompañantes, se encaminan a casa de la madrina, quien los recibe y los agasaja. Se ha preparado ya al palmípedo, ataviándolo con ropaje de seda, pana y lentejuelas, con morrioncito reluciente sobre la cabeza, y se le ha pintado el pico de color dorado. Un canastillo blanco, también de seda, a manera de nido, le ha de servir de silla. Pues el infeliz animal es colocado sobre un caballo que lo exhibe, él también, elegantes arreos; cola y crin trenzados; y cascos teñidos de purpurina. Sale entonces el cortejo, encabezado por el padrino y el pato, dejando por el momento a la madrina en su casa. Tiene lugar un galano paseo por las calles de la ciudad. Luego los jinetes se encaminan a la plaza (…), en donde una multitud ya considerable, y numerosas cuadrillas de “tunantes”, han estado a la espera del séquito. Hay quema de cohetecillos y bombardas, aplausos, y vuelta por el cuadrilátero de la plaza (…), al compás de una marcha ejecutada por una banda de músicos, cuya música se impone al sobre los pasacalles de las orquestas de arpa y violín que acompañan a los bailantes. El pato es llevado luego a un arco adornado que se ha levantado oportunamente en el centro de la plaza, y sin mayores contemplaciones, aún vivo, lo cuelgan por las patas del travesaño superior, y queda allí a la espera del suplicio. Mientras tanto la cabalgata retorna a la casa de la madrina, para conducirla, a ella y a su séquito de damas, hasta la plaza, donde se dirigen a pie y jubilosamente. Su ingreso es saludado nuevamente por la multitud, que colma los toldos que se han levantado para tal efecto, y disfruta de la música, de las viandas, de los disfrazados, y, en particular, de las gracias de este personaje cómico –el “chuto” o “tunante”- que, en buen número, alegra en conjunto, cabe destacar que éstos gastan numerosos chistes, en quechua, lengua que solo en esta ocasión es hablada en forma tan generalizada, ya que el monolingüismo en español se impone en forma cada vez más rápida en el valle. Después de haberse agasajado convenientemente a la madrina, a las autoridades e invitados, en el palco oficial, se da comienzo –y esta es ceremonia no muy antigua- a una competencia de jinetes: ropaje, arreos, suertes y pasos de la cabalgadura. Es solo después que se inicia el “Jala-pato” sensu strictu. Los cabalgados se sitúan a adecuada distancia del arco. Uno tras otro, luego del padrino, pasan velozmente por debajo, tratando –es lo que se espera- de jalar la cabeza del ave. No todos ponen el mismo empeño, y por explicable razón, pues el que se quede con la cabeza en la mano será padrino el año siguiente, y deberá correr con los principales y elevados gastos de la fiesta. El gentío vitorea a los más decididos. El pato se esfuerza, vanamente, en sustraerse a los tirones sucesivos los jalones van quebrándole el pescuezo. Su agonía, que felizmente no es larga, no ablanda los sentimientos circenses de la concurrencia. Las manos de los jinetes están ensangrentadas. La víctima muere. Tenues filamentos carnosos unen todavía la cabeza al cuerpo yerto. Los encabalgados se tornan aún más prudentes. Hacen cabriolar sus corceles al pasar debajo el arco, y apenas si rozan los despojos del ave. Hay alguien finalmente, que cede a las instancias del padrino y de los concurrentes. Pasa al galope y de un tirón desgaja la cabeza del pato, la que es mostrada en alto como un trofeo. Todos aplauden, la banda de músicos toca una marcha, los cohetones arrecian el cielo con estridentes sonidos. El nuevo padrino debe buscar ahora madrina. Se dirige pues a la ciudad, acompañado por el cortejo. Con un ramo de flores visita la casa de la elegida. Una vez producida la aceptación, se regresa a la plaza. Nuevo y triunfal ingreso. Pandillada general. La fiesta es ahora de los danzantes. Tal es la fiesta del “Jalapato”, descrita sumariamente”.

Lo cierto es que así también se celebra la vida, y siempre hay un cordero de Dios que quita el pecado del mundo en nuestras milenarias culturas, tal vez son formas divinas de nuestras comunidades andinas por entender al libro bíblico que vino en una lengua ajena a sus dioses naturales y no por ello configuran herejías. Como diría Bolívar:

“El indio es el amigo de todos, porque las leyes no lo habían desigualado, y porque, para obtener todas las mismas dignidades de fortuna y de honor que conceden los gobiernos, no han menester recurrir a otros medios que a los servicios y al saber”.

Es decir, sabiduría y trabajo eran nuestras razones existenciales, y donde el trabajo era una fiesta, como lo continúa siendo para nuestros pobladores andinos, quizás por ello una personalidad honorable en nuestras comunidades andinas sólo tiene que rendirle honores a la vida campesina con trabajo, sabiduría y sobre todo mucha fe cargada de alegría.

Y como es un año histórico, bicentenario, que mejor que reivindicar a Mariátegui y su concepto indígena:

“El indio es un trabajador en el que hay que hacer la revolución. Tiene que ir al lado de los obreros”.

Pero una revolución tecnológica, inteligente, que compagine la manufactura con la “mentefactura”. Como en su momento lo hizo el gran Túpac Amaru II, quien se cultivó en Europa, pero no se apartó de sus raíces y sus luchas reivindicadoras, como lo refleja Luis E. Valcárcel:

“Es epidérmico, meramente superficial, el influjo de extrañas ideologías; una revolución solo es posible cuando la masa ha sido conmovida, cuando aquella materia plástica vibra, como invitando a la transformación. La independencia del Perú fue procreada por Túpac Amaru. Triunfaba con él la patria antigua, aquella del pensamiento de Garcilaso. Había de ser condición precisa que el padre no asistiese a la natividad de su criatura; una vez más, el redentor habría de pagar con la muerte cruel los pecados de la especie humana. Pero ¿quién puede negar su verdadera filiación a la independencia del Perú? Ella es su propio fruto. Nadie nos la regaló ni nos la impuso contra nuestra voluntad. Éramos un pueblo libertario desde muchos lustros antes que los demás de este lado del mundo; porque poseíamos un sentimiento patriótico que no menguó bajo la tiranía extranjera. Intentamos repetidas veces quitarnos de encima el agobiante peso, más nuestros esfuerzos resultaron infructuosos. De la libertad del Perú dependía la de todos los demás pueblos, porque era aquí donde el poder español había concentrado toda su potencia. Habíanse, pues, de librar las últimas batallas en nuestro territorio y en Ayacucho y en Junín sellarse la independencia americana. Los grandes capitanes del norte y del sur, Bolívar y San Martín, serán nuestros generales y los libertadores de siete repúblicas; a su acción genial se debería el alumbramiento de la libertad. Nos emanciparon del dominio español (…)”.

Aún hay luchas por dominios contemporáneos que debemos desterrar a través de la palabra concientizadora, la masa ha sido conmovida este año previo al bicentenario, y en las altas esferas del poder político de turno rodeado de los eternos dueños del Perú, hay que saber leer los designios que aspira el pueblo pobre para realmente celebrar su independencia. Estamos a tiempo de no defraudar a nuestra magnífica historia. Felices fiestas!

PD. Algunas citas tomadas pertenecen a los libros: “Paucartambo, cien años después” e “Intelectualidad Bolivariana en tierra de los Incas”.

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JORGE CARRION RUBIO
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Written by JORGE CARRION RUBIO

Soy tal vez aquella brisa que acaricia tu existencia, es decir, escritor, poeta, periodista, hombre de a pie. Si me buscas en google reconocerás mis pasos…

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