HECHA LA LEY, HECHA LA TRAMPA
Hace tres décadas no habían tantos uniformes metropolitanos plenando las calles limeñas. Los uniformados eran sólo los policias y los militares. Ahora el panorama es multicolor y la supuesta ley y seguridad ciudadana anda rondando las esquinas, los barrios, las urbanizaciones, las ciudades. El nivel delincuencial se ha incrementado a nivel nacional en el Perú, siendo Lima su principal epicentro. De allí quizás que hayan emergido esta serie de servidores públicos municipales de apoyo a lo que habitualmente hacían policias y militares en el pasado.
Un grupo considerable de ellos son los “serenos” municipales, constituidos generalmente por ex-policías o militares retirados, que en el otoño de su vida, tras haber colgado sus ”chimpunes” oficiales, recurren a continuar laborando como parte de la seguridad ciudadana. No manejan armas de fuego como lo hacían antes en sus servicios policiales o militares, pero les basta una vara colgada en la cintura para amedrentar a los “choros” del barrio. Otro grupo de choque son denominados los GAR, Grupo de Acción Rápida, que usted los suele apreciar en los noticieros quitándole sus canastas, sus carritos a los pobres vendedores ambulantes en el mercado central y mercados en general de la gran urbe. Son catalogados de abusivos y su propia constitución física más la misión que traen consigo, los pintan de pies a cabeza como irracionales. Detrás de esta especie de ”búfalos apristas”, aparece el grupo de fiscalización, quienes por lo general son “chamulladores”, término coloquial que describe a los parlanchines de oficio, a los “tinterillos”, casi abogados frustrados. Ellos manejan las ley de las ordenanzas municipales al revés y no al derecho. Son los que para la cámara salen clausurando locales impropios, multando a comerciantes ilegales, fiscalizando la legalidad del comercio debidamente formal, pero al apagarse la cámara, son los mismos que negocian con la reapertura del negocio cerrado, o literalmente “arreglan” con los pillos que son los que abundan en el barrio.
Hay otros uniformados mucho más humildes y serviciales, que han sido nuestros pulmones en estos tiempos de pandemia, pues no ha habido día y fundamentalmente noche (porque el aseo se realiza de noche, cuando todos duermen y descansan), que no hayan dejado de limpiar nuestras calles y plazas. La unidad de limpieza de los municipios son la excepción en la regla. Aquí, sí se trata de una elección bíblica donde todos absolutamente todos, se salvan. Son un ejemplo a seguir.
Hace tres décadas también nuestros policías de tránsito eran suficientes para el tráfico de la época. Sin embargo, el tiempo a generado la necesidad de servidores de apoyo en cada municipio, pues el tránsito limeño es una bomba de tiempo. Allí ubicamos a los uniformados con chaleco amarillo que en su afán por controlar el transporte ilegal y delincuencial del barrio o urbanización, se ganan la bronca de los transportistas. En tiempos remotos los vehículos más convulsionados eran los colectivos antiguos de la época de Al Capone, que recorrían todo Manco Cápac y avenida Abancay, arrojando un humo descomunal. En tiempos actuales, una figura similar la presentan los barrios que permiten la circulación atroz de los denominados “taxi cholos”. Son movilizados con la fuerza de sus conductores, quienes muchas veces para el arranque literalmente empujan sus vehículos y se suben a la volada para iniciar sus servicios. Para estos conductores no hay indicación o señalización de tránsito que valga, pues por su versatilidad pueden darse la vuelta en una baldosa e irse a la fuga si amerita el caso. Si te toca servicio en alguna calle restringida para el paso de estos vehículos, no falta el chofer que muy respetuosamente te saluda y te da la mano para que te dignes en darle el paso por tratarse de una emergencia particular, de una excepción en la regla. Cuando menos te das cuenta sientes que su saludo va acompañado de un literal “billete”, intentas rechazarlo y te advierte que:
- Es peor Jefe, recuerde que hay cámaras que están grabando, lo menos que van a pensar al ver el video, es que usted está devolviendo el billete, acepte no más y así todos quedamos en paz.
No te queda otra que aceptar el chantaje, pues ya otros fueron dados de baja por esta tristemente célebre modalidad del video. Intentas ser un buen servidor y te das cuenta que todo lo que te rodea está podrido. Incluidos tus jefes. Claro, poco habría de esperarse de la plana castrense, ya sea militar o policial, si tomamos como referencia los sonados casos de corrupción in fragante acontecidos incluso en plena pandemia. De allí que no te extrañe una orden superior que te indica sacar del depósito una mototaxi sancionada, al final de la tarde, evadiendo el giro de la cámara de video-vigilancia que supervisa el área donde se encuentra retenida. La razón: si la multa está bordeando los mil soles, no le caen mal a tus jefes veinte o treinta por ciento de ella, si no es más. Lo peor de todo es que cuando te aprestas a retirar del depósito el vehículo sancionado, te viene a la memoria lo difícil que fue su captura en el trabajo de campo. Muchas veces toca la persecución a toda velocidad por las calles del barrio, persiguiendo una mototaxi, exponiéndote a cualquier accidente o confrontación hasta con arma de fuego. Otras veces te toca subir al lado del chofer para asegurarte que efectivamente conduzca el vehículo hasta el depósito del municipio. Allí se desatan forcejeos a toda velocidad en su intento por evadir su llegada al depósito. No falta el mototaxista que conoce el tejemaneje de estas modalidades de acoso por parte del órgano de transporte, y te dice:
- Jefe, para qué quiere dársela de legal, si más tarde su Mayor o Comandante igual va dar la orden para que liberen mi mototaxi por unos cuantos soles. Y lo que es peor a usted ni le pagan su sueldo puntualmente, ni le dan un centavo por estas capturas. Yo que usted me hago al loco, me deja tranquilo por acá y yo le doy su regalito.
Cuanta razón tenía este mototaxista, pues efectivamente, llevábamos casi tres meses sin cobrar. El Alcalde manifestaba que no había liquidez porque los ciudadanos no estaban al día en sus arbitrios y había que esperar. Aquél que no estuviera de acuerdo que simplemente abandone el servicio. Poco a poco me fui convirtiendo en uno de aquellos funcionarios a quienes inicialmente había cuestionado. Una cosa es ver los toros desde la tribuna y otra muy distinta estar parado en el ruedo frente al cuadrúpedo animal. Me encontraba parado a mitad del ruedo frente al cuadrupedo animal y no me quedaba otra que aprender a torear.
Así decidí emprender una pequeña empresa ambulatoria, pues como dice el dicho: “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. Ubicamos en una esquina de una avenida principal una venta de comida rápida de gastronomía árabe. El fiscalizador de esa área, un tal “bigotes”, al final del día cuando dejaba el uniforme municipal, se montaba en su taxi cholo y hacía sus trabajitos extras por toda la zona donde me tocaba supervisar. En cada recorrido me hacía de la vista gorda pues se trataba del colega “bigotes” ganándose el pan de cada día, que dicho sea de paso por parte del municipio no había cuando llegue nuestro sueldo. Así es que, como “favor con favor se paga”, decidí que el haga lo propio con la supervisión de nuestra venta de comida rápida. Así nos abrimos camino, hasta que un ingrato día descubrimos que teníamos una desleal competencia por parte de negocios similares de comida rápida manejados por venezolanos ubicados en las esquinas adyacentes. Hablé con mi amigo “bigotes” para ver si lográbamos quitar esos negocios que nos estaban malogrando la plaza, éste arrugo sus bigotes y me reveló que no se podía hacer nada al respecto porque aquellos muchachos sólo eran empleados y que el dueño de esos negocios era nada más y nada menos que nuestro Jefe de Seguridad Ciudadana.
Hasta aquí nos trajo el río, habíamos llegado definitivamente a la orilla de esta especie de naufragio en nuestro intento por mantenernos trabajando sin cobrar por más de tres meses, pero qué va, no podíamos chocar con el Jefe. Cualquier intento era una pelea entre David y Goliat. Así comenzamos a entender las quejas de casi todos nuestros colegas. Todos cargaban sus cruces a cuestas y coincidian en que había que hacer algo al respecto. El 80% del personal éramos terceros. Unos cuantos CAS y los empleados del Municipio. Los últimos sí cobraban normalmente, los CAS y terceros no había cuando cobrar. No quedaba otra opción que hacer un “plantón”, es decir, dejar de trabajar y acudir con uniforme ante las oficinas de la Municipalidad a presentar nuestras quejas y reclamos, previo llamado a la prensa. Descubrimos que muchos serenos se salían del servicio no sin antes invertir su dinero en pagar abogados para hacerle juicio al Municipio, por tamaña injusticia de trabajar literalmente ad-honorem, sin cobrar un centavo por más de tres meses. Y muchos de ellos lograban su cometido, ganaban sus juicios, siendo reenganchados al servicio de manera permanente. Era cuestión de perseverancia y lo más importante de tener un respaldo económico que les permita sobrevivir todo ese tiempo. De allí que comenzamos a comprender un poco más todo aquel desbarajuste existencial de salvar los conductos regulares a cambio de unas cuantas monedas de supervivencia.
Aquella mañana efectivamente no muchos acudimos a la cita frente al municipio, una reportera previamente coordinada hizo las notas del caso, encarando a uno de los jefes que se encargaba de los pagos, y nuevamente nos volvieron a repetir que teníamos que esperar unos días más, porque aún nuestros cheques no tenían fondo. Era el estado peruano el que había creado este engendro municipal que por la noche anunciaba en la noticia que nuestro Alcalde “que no tenía plata para pagar a su personal” había donado el pasaje ida y vuelta a Rusia al hincha Israelita; el mismo que “otro día que tampoco tenía plata” le había brindado un espectacular agazajo y almuerzo a propósito de su cumpleaños a Doña Peta, la mamá de Paolo Guerrero; el mismo que ni bien asumió su cargo había dejado de ser gordo, operándose del estómago cual Diego Maradona “y sin tener dinero”.
Era y continúa siendo lamentablemente el Estado peruano en su recurrente generación de cuadros delictivos y de injusticia. Y cuando digo Estado peruano, me refiero al “Estado pueblo”, pues todo esto se da gracias al beneplácito democrático de los hombres de a pie que llevan al poder a este tipo de servidores públicos. Alguien dijo alguna vez que te “puedes pasar toda tu vida culpando al mundo, pero tu éxito y tus fracasos son de tu entera responsabilidad”, es decir, en materia política es nuestra responsabilidad saber elegir a los ciudadanos que van a llevar las riendas de nuestro destino país.
Miscelanea