IMAGINEMOS UN PERÚ MEJOR

JORGE CARRION RUBIO
5 min readNov 17, 2020

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Por Francisco Rafael Sagasti Hochhausler

El flamante Presidente transitorio que tiene el Perú hasta el próximo 28 de julio de 2021, fecha del bicentenario de la Independencia, ya elucubraba con este momento histórico que le ha tocado vivir. A continuación transcribimos parte de sus pensamientos que esperemos pueda ponerlos en práctica, ahora que tiene el poder en sus manos.

En períodos de crisis aguda se pierde la perspectiva de largo plazo. Las dificultades del presente y la incertidumbre con que se ve el futuro dejan poco espacio para el ejercicio de la imaginación, y esto acentúa el pesimismo de quienes proyectan hacia adelante sólo las tendencias negativas.

Sin embargo, lo que sucederá no está necesariamente determinado por lo que acontece ahora: el futuro contiene una amplia gama de posibilidades favorables por identificar y explorar, siempre y cuando tengamos la capacidad de imaginarnos situaciones mejores a la actual y de buscar la manera de acercarnos a ellas. Advirtamos que esto no significa dar rienda suelta a la fantasía y a la evasión. La diferencia entre los ilusos y los optimistas estriba en que los primeros confunden sus deseos con la realidad y creen que basta enunciarlos para que se cumplan (quienes creen que basta “una ley” –o derogar otras– para cambiar la situación constituyen un grupo muy numeroso de ilusos en el Perú), mientras que los optimistas aceptan la realidad tal cual es, pero no como una restricción para lo que pueda llegar a ser.

La imaginación y la creatividad para inventar futuros deseados son requisitos indispensables para el progreso. Cualquiera que sea la definición de desarrollo que se adopte, puede constatarse que todo país que ha logrado o está en proceso de lograr avances significativos en lo social, económico, político y cultural, pasa por un período de afirmación nacional en el que sus habitantes llegan a compartir, en mayor o menor medida, una visión del futuro al que se aspira. Esta visión puede ser simplista, ambigua e imprecisa, pero debe ser capaz de motivar y movilizar a la ciudadanía para que redoble esfuerzos y acepte privaciones y contrariedades. Por ejemplo, después de la Segunda Guerra Mundial para Alemania se trató de lograr el “milagro económico”, para Francia se trató de recuperar sus glorias del pasado, y para el Japón se trató de alcanzar a los Estados Unidos, mientras que para Corea del Sur se trata de alcanzar al Japón, para Brasil ser “o maior país do mundo”, y para China convertirse en una potencia mundial en el año 2000.

Sabemos que el Perú cuenta con una multiplicidad de recursos naturales que podemos explotar racionalmente, con una rica variedad de ecosistemas poco utilizados, con grupos sociales que han demostrado una y otra vez su capacidad organizativa y con individuos de gran creatividad en casi todos los campos de la actividad humana. Sin embargo, frente a este potencial, durante varios decenios la mayoría de los peruanos hemos observado pasivamente cómo se ha acumulado una serie de problemas que nos ha llevado a una situación de pobreza generalizada, de extrema desigualdad y de violencia sin precedentes. Sólo en los últimos años hemos empezado a tomar conciencia de nuestros verdaderos problemas y de lo poco que hemos hecho en el pasado para resolverlos, o aun para anticiparlos.

Está claro que los grupos dirigentes –políticos, empresarios, líderes sindicales, intelectuales, militares y profesionales, entre otros– tienen una mayor responsabilidad en este desencuentro histórico con lo que hemos podido y aún podemos ser como país. Sin embargo, la crisis actual es tan profunda y grave que no cabe una prolongada y estéril caza de brujas ni una letanía de recriminaciones mutuas. No podemos darnos el lujo de seguir caminando de espaldas al futuro.

Quizás el súbito afloramiento de ese peruanísimo “concho telúrico de acometividad” del que nos habla Héctor Velarde tenga mucho que ver con nuestras dificultades para imaginarnos un país mejor al actual. Sin embargo, un examen de lo que han propuesto algunos de nuestros pensadores –Lorenzo de Vidaurre con su Plan de Perú, Francisco García Calderón con su Perú contemporáneo, Jorge Basadre con su Promesa de la vida peruana, por ejemplo– demuestra que en el pasado hemos sido capaces de idear futuros deseados para nuestro país. Un conjunto de entrevistas realizadas recientemente por el Grupo de Análisis para el Desarrollo (GRADE) con el fin de identificar las aspiraciones a largo plazo de los peruanos indicó que, aun en momentos de crisis como el actual, la capacidad de imaginarse un Perú mejor se encuentra latente en personas de muy diversa extracción social. (1)

El reto está claro: se trata de emplear nuestra capacidad creativa con el fin de imaginar futuros deseados para el Perú y, luego, diseñar la manera de aproximarnos a ellos a partir de la situación presente. De no hacer esto, nos limitaremos a proyectar las tendencias desfavorables que prevalecen en la actualidad, lo que implica adoptar una visión miope y pesimista de lo que es posible lograr en el Perú del futuro.

Sin embargo, el ejercicio riguroso y realista de la imaginación social no es fácil en un país en crisis, y requiere de algunas condiciones básicas. En primer lugar, es indispensable asegurar la continuidad del proceso democrático –con la libertad de expresión que la democracia implica–como condición necesaria para la exploración colectiva de futuros deseados. En segundo lugar, es necesario estimular la discusión sobre el futuro y promover una gran variedad de canales para el diálogo y el debate sobre este tema, de tal forma que todos los grupos sociales participen activamente en ellos. En tercer lugar, es preciso introducir el tema del futuro y de la planificación a largo plazo como un asunto legítimo de preocupación en los círculos académicos e intelectuales, cuya atención ha estado dirigida mayormente hacia el estudio de los problemas actuales y las materias de carácter histórico.

Todo esto requiere de una convergencia de esfuerzos y de una concentración de voluntades entre los representantes de los diversos grupos sociales. El gobierno tiene la responsabilidad de iniciar el diálogo nacional y el proceso de aprendizaje colectivo que permita identificar futuros deseados y posibles para el Perú; los representantes del sector privado deben participar activamente en este proceso, aceptando que la incertidumbre es una condición intrínseca a los sistemas democráticos y que no se debe confundir con la inestabilidad del sistema mismo; los políticos deben superar sus afanes protagónicos, dejar de lado las actitudes excesivamente fiscalistas y de denuncia, y concentrarse en la identificación de opciones viables para el futuro; los intelectuales y profesionales, abandonando su acostumbrado escepticismo, deben colaborar en la identificación de futuros deseados y explorar la manera de acercarnos a ellos; los trabajadores y líderes sindicales deben aceptar su responsabilidad solidaria con el futuro del país y superar las posiciones maximalistas de confrontación en el corto plazo; y las Fuerzas Armadas deben participar en los debates sobre el futuro del Perú, reafirmando su vocación democrática y su rechazo al autoritarismo que sólo agravaría el desencuentro entre lo existente y lo que podemos ser como país.

Pensar en el futuro, imaginar un Perú mejor y movilizar la capacidad nacional de creación colectiva son algunas de las condiciones para que el Perú –como dijo Jorge Basadre– “no se pierda por la obra o inacción de los peruanos”.

(1) Véase Patricia M. de Arregui y Laura Acosta, Perú 2010, El futuro ya no es como antes, GRADE, Lima, 1989.

Presidente vallejiano

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Soy tal vez aquella brisa que acaricia tu existencia, es decir, escritor, poeta, periodista, hombre de a pie. Si me buscas en google reconocerás mis pasos…

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