LA LUCHA POR LA VERDAD EN VENEZUELA

JORGE CARRION RUBIO
5 min readJul 29, 2024

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Entre la ficción y la realidad

La verdad parecía ser tan efímera como un suspiro, una mujer caribeña se encontraba reflexionando sobre la realidad que la rodeaba. En ese preciso instante, una verdad emergía con fuerza: Maduro no había ganado. Pero, ¿cuánto tiempo duraría esa verdad en sus manos? Era una pregunta que la atormentaba. Ahora, con esa verdad en su poder, tenía una oportunidad única, un solo esfuerzo para aprovecharla.

Recordaba siempre que la verdad era una sola. Esa verdad, era también la atención de la gente. ¿Cómo debía usarla? ¿Sería en una protesta pacífica para proteger los votos? Lo humanitariamente correcto era respetar las reglas, jugar limpio. Lo entendía perfectamente. Pero, del otro lado, el árbitro del partido llevaba la camiseta de Maduro, y frente a él estaba el propio Maduro. La duda la asaltaba: ¿sería suficiente el ejército para hacer respetar esa verdad hegemónica que flotaba sobre ellos, la verdad de que Maduro no había ganado?, si ese histórico domingo al llegar al centro de votación los soldados evadieron estrecharle las manos cuando intentó saludarlos.

Nunca había visto el proceso político venezolano como un proceso político en sí mismo. A estas alturas, en el poder de Venezuela no había una organización política, sino una organización criminal. El Chavismo era una organización mafiosa, un nido de todos los delitos imaginables. No se podía revisar al Chavismo con la constitución en ciernes, sino con el código penal en la mano. Narcotraficantes, asesinos, delincuentes de lesa humanidad, torturadores, ladrones, corruptos, “trenes de Aragua” liberados y expulsados a los países vecinos para contaminar sociedades anti supuestamente “socialistas”, como se hacen llamar los que lideran este régimen. Esa era la realidad.

Y entonces, la pregunta crucial: ¿quién organizaba las elecciones? La respuesta era escalofriante: los terroristas, los asesinos. Esa banda criminal era la que organizaba las elecciones. ¿Y ella, iba a participar en unas elecciones organizadas por una organización criminal, confiada en que podría ganarles el proceso a quienes votaban y contaban los votos? ¿a quienes cobraban y se daban el vuelto?

En medio de esta tormenta de pensamientos, la dama se encontraba en una encrucijada. La verdad estaba en sus manos, pero el camino para hacerla prevalecer era incierto y peligroso. La lucha por la justicia y la verdad en un mundo dominado por la corrupción y el crimen era una batalla titánica, pero una que debía librarse con valentía y determinación. Incluso, al ser excluida como candidata oficial y cederle la candidatura a un correligionario emergente, meses antes.

En medio de este escenario donde la verdad y la justicia eran manipuladas, se les instaba a robar la elección, a demostrar el fraude y, finalmente, a revertir los resultados en favor del pueblo.

En ese momento, la historia parecía repetirse. Las palabras de María Corina Machado resonaban con la misma fuerza que las de Capriles en 2013, cuando denunció el robo de las elecciones. La incertidumbre se cernía sobre el camino que seguiría la oposición: ¿sería una breve rebelión de tres días como la de Capriles, o se enfrentaría a una situación diferente?

Lo cierto era que el liderazgo opositor había decidido participar en un proceso viciado, organizado por una mafia en el poder. Nadie los había obligado; ellos mismos se sometieron a las reglas y al árbitro que, a la vista de todos, les había robado las elecciones. La gente había votado, pero no se veía ninguna celebración del chavismo antes de que el CNE anunciara los resultados oficiales, no había una sola celebración chavista en todo el país, lo que dejaba claro quién había ganado realmente.

Sin embargo, la realidad era otra. Lo que decía la calle, lo que proclamaba el liderazgo opositor y lo que dictaba el árbitro eran cosas distintas. Y a ese árbitro se habían sometido. La gran incógnita ahora era qué haría el liderazgo opositor y hasta dónde estaría dispuesto a acompañarlo el pueblo. La amenaza de la represión se cernía sobre ellos, clara y palpable.

Pero vendría la incertidumbre internacional de los países vecinos, tras escuchar por primera vez en 25 años, al presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) dirigirse a la nación con una declaración que dejó a todos boquiabiertos. Con voz temblorosa, anunció que los resultados se habían retrasado debido a un sabotaje en la transmisión, insinuando un ataque terrorista.

La tensión en el aire era palpable cuando finalmente reveló los resultados, declarando a Maduro como el ganador. Pero lo que realmente sacudió a la audiencia fue su llamado a la fiscalía para intervenir, una invitación abierta a la represión. La oposición, liderada por María Corina Machado, no tardó en reaccionar. Con una firmeza inesperada, salió a la luz pública, exigiendo pruebas y transparencia, y proclamando al mismo tiempo que Venezuela tenía un claro y diáfano vencedor y flamante nuevo Presidente: Edmundo González Urrutia.

“Lo importante ahora no son las palabras, sino las actas”, proclamó. “Tenemos el 100% de las actas y podemos demostrar este inmenso robo”. La acusación de fraude no era nueva, pero esta vez, la oposición parecía más preparada que nunca para enfrentar el desafío.

Durante 25 años, el ciclo había sido el mismo: elecciones, denuncias de fraude, promesas de pruebas que nunca llegaban. Pero esta vez, la diferencia radicaba en la experiencia acumulada. “Sabemos cómo lo hacen”, dijo un líder opositor. “Y esta vez, estamos listos para demostrarlo”.

El país entero observaba con escepticismo y esperanza, esperando que, por fin, la verdad salga a la luz. En las calles, el murmullo de la represión se hacía cada vez más fuerte, como un eco sin fin que resonaba en los corazones de los ciudadanos.

Los días venideros prometían ser oscuros. La represión, esa sombra que nunca se alejaba del todo, estaba a punto de intensificarse. La pregunta no era si el “chavismo” apretaría el acelerador de la represión, sino hasta qué punto lo haría. La resistencia de la población, la fortaleza del liderazgo político, todo estaba en juego. Las deserciones, esas traiciones silenciosas que desgarraban la unidad de la oposición, eran inevitables. Había que estar preparados para ello, pues la historia ya había mostrado cómo, en momentos críticos, la unidad se desmoronaba.

En medio de este caos, las voces que clamaban por justicia y transparencia eran rápidamente silenciadas. Los llamados a demostrar el fraude electoral eran vistos no como un derecho legítimo, sino como actos de terrorismo. Para el régimen, cualquier oposición era una amenaza, cualquier palabra en contra era un atentado. Las recientes declaraciones de María Corina Machado, instando a la población a demostrar el fraude, pendían de un hilo. ¿Serían vistas como un reclamo legítimo o como una provocación bélica? La respuesta del régimen, compuesto por delincuentes sin escrúpulos, era impredecible.

La única política predecible, era la destrucción, el sometimiento de la población. Durante 25 años, habían demostrado su capacidad para desmantelar cualquier vestigio de democracia. La prueba más contundente de su éxito eran los 8 millones de venezolanos que habían abandonado su tierra natal, buscando refugio en otros horizontes. Y muchos más seguirían sus pasos si la democracia no lograba resurgir de las cenizas en Venezuela.

En este relato de desesperanza y lucha, la resistencia se convertía en un acto de valentía. Cada día era una batalla, cada voz alzada un símbolo de esperanza en medio de la oscuridad. La historia de Venezuela, marcada por la opresión y la resistencia, continuaba escribiéndose con la sangre y el coraje de su gente.

Entre la ficción y la realidad. JCR, Julio 28 de 2024

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Written by JORGE CARRION RUBIO

Soy tal vez aquella brisa que acaricia tu existencia, es decir, escritor, poeta, periodista, hombre de a pie. Si me buscas en google reconocerás mis pasos…

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