Nico y el último porro…

JORGE CARRION RUBIO
4 min readMar 3, 2022

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Cuando deja de existir una persona por negativa que haya sido, siempre quedan rezagos positivos de lo que fue su presencia en este mundo ancho y ajeno, porque al fin y al cabo nos vamos como llegamos, con esa inocencia extrema de ser seres provenientes de un mundo inocente. Y si la víctima es alguien que viene de ultramar, es decir, de otros continentes, siempre habrá un dolor lejano, una lágrima cayendo en el océano inmenso del que se fue para no volver.

Así han de recordarlo su madre e hija allá en Madrid a Nicolás Chueca Porcuna, más conocido como “Nico", un madrileño que desde hace poco más de un lustro llegó al Perú y se instaló en las entrañas del ande, allá donde las nostalgias llevan el ritmo del “pichuchanca", es decir, el compás del cantar de un diminuto pajarillo, que pareciera entonar una ópera viváldica cada cierto tiempo, anunciando alguna pérdida terrena. Y quién iba imaginar que este pájaro de mal agüero madrugaría por estos apartados parajes para anunciar una prematura e inesperada muerte. ¿Quién iba a sospechar que este bohemio momento en el que se le vio tomándose unos tragos, solitario a la vera de una cantina improvisada entre la vida campesina de los lugareños, iba a ser la última postura madrileña de Nico en los Andes peruanos? Tal vez se andaba preguntando ¿qué hago aquí? o ¿quién soy realmente?

Hace un tiempo alcancé a conocerlo en Madrid, era muy alegre y contundente en sus afirmaciones coloquiales. Se metía sus porros de vez en cuando para combatir la nostalgia o depresión que como todo hombre de mundo cosmopolita, más aún con cierta juventud, suele cargar bajo sus espaldas, y no el porro, sino sus penas y vicisitudes. Aún así, daba la impresión que la tristeza no iba con él. Sin embargo, por alguna razón quería irse de Madrid, como aquella tarde que nos fuimos a Majadahonda en el tren, y literalmente observamos por los ventanales que nosotros andábamos quietos en el vagón, mientras ante nuestros ojos nos íbamos alejando, dejando aquel mundo de cemento para ir al encuentro de árboles, vacas, caballos y demás paisajes que observábamos en movimiento. Y no eran los efectos del porro los que hacían alucinar a nuestro amigo Nico, sino parte de sacarle un poco de filosofía a todo aquel encuentro y traslado existencial. Así, quizás en ese trance de elucubraciones, fue la primera vez que lo escuché hablar de irse al Perú, como una especie de querer decir o dar a entender que quería irse de aquel mundo madridista. Y no por alguna insinuación negativa, sino por todo lo contrario, por esa búsqueda de nuevas experiencias y horizontes de vida. En aquel tiempo yo aún vivía en Caracas y por otra no menos extraña razón pensé lo mismo: también quiero irme al Perú. Allá nos vemos Nico, allá nos vemos!

Pero no alcancé a verlo ahora que estoy de vuelta por Lima, debido a que Nico decidió instalarse en los Andes peruanos. Había que trasladarse especialmente para esos parajes si uno quería ir a su encuentro. Hasta que hace unas horas me llegó la noticia de su pronta partida a esa extraña dimensión desconocida que conversamos en la madre patria. Aquella vez desde el vagón del tren observamos el mundo en movimiento, cuando realmente éramos nosotros los que nos movíamos, y desde aquella desmadrugada noche en la que no pudimos dormir, en mi caso por andar de turismo y en el caso de Nico por sus alucinados porros, terminamos de filosofar todo aquello. Ahora que todo trasciende a polvo humano, descubro que Nico era nieto de Pío Estanislao Federico Chueca y Robres, un afamado compositor español autor de La Gran Vía, junto con Joaquín Valverde. Su apellido Chueca da nombre a uno de los barrios más conocidos de Madrid. Entre la Plaza de Chueca y las emblemáticas calles de Barquillo, Hortaleza y Fuencarral, donde se da cita el epicentro de la vida gay Madrileña.

Chueca en los años ochenta se presenta con un barrio alternativo y diferente en la capital madrileña, apostando sin miedos por una mayor visibilidad del mundo LGTB tanto en el día como de noche.

En cuanto a la vena musical de su ancestral abuelo, no se aprecia legado alguno. Quizás en la otra orilla de la vida, en ese inusitado escape social, en esa actitud nómada y errante que lo trajo a Sudamérica, a vivir su soledad sola, como diría el poeta, porque únicamente está solo de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Quizás allí, en esa intimidad andina, arrinconado por la vida, por su resentimiento social, silenciaba sus íntimas inclinaciones con una personalidad reprimida. Jamás sabremos a qué dimensión desconocida estaba destinado a parar toda esa represión que llevaba consigo el popular Nico, ahora que nos cuentan que de un momento a otro se le detuvo el reloj del corazón, tras un inesperado paro cardíaco. Tal vez los jardines de la Municipalidad distrital de los andes peruanos y de Majadahonda, España, o los huertos que en algún momento recibieron sus cuidados jardineros, sepan más de estos misterios. Lo cierto es que, un inmigrante madrileño fumó su último porro en el milenario Perú, al pie del indio Paucar, y sólo saben los apus que fue posible el retorno a la madre patria, fue posible. Paz a sus restos.

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Written by JORGE CARRION RUBIO

Soy tal vez aquella brisa que acaricia tu existencia, es decir, escritor, poeta, periodista, hombre de a pie. Si me buscas en google reconocerás mis pasos…

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