OXIGENANDO LA EXISTENCIA
Retornar después de casi 30 años de vivir más allá de las fronteras que me trajeron al mundo para afrontar mis fantasmas, mis monstruos, miedos y tal vez, después de afrontarlos liberarme, era un desafío que tenía que asumir como cuando uno entona el himno patrio en lontananza y lagrimea al escuchar sus emotivas notas musicales. Soy migrante desde los 23 años de existencia. Mi vida ha sido grabada a fuego ardiente como ganado a campo travieso por ese movimiento entre diversas geografías y culturas. No soy de las personas que tienen la suerte de pasar toda su vida en el mismo lugar que las trajo al mundo, donde los recuerdos se alimentan de esa cotidianidad, de esas que se quedan en un mismo lugar con familias que se reúnen y recuerdan, avivando el pasado glorioso y preservándolo. Soy de aquellas que ante tanto movimiento, su memoria va almacenando en algún lugar sólo recuerdos lejanos, inalcanzables, intocables, heridos por el tiempo. Creo que retornar, de alguna manera debe contribuir con recuperar esa memoria perdida. Al menos, eso es lo que me trae de vuelta.
Es indudable que al escribir estas líneas o al emitir esta alocución, es para recuperar mi memoria, recurriendo a los recuerdos, a experiencias vividas, propias y ajenas, de aquello que hemos observado, sentido, sufrido, gozado, odiado. Es una especie de “Total recall” con Schwarzenegger, donde “Lo genial de la historia es la idea de que se puede implantar una memoria en el cerebro de alguien y que cuando despierte sienta como si lo hubiera vivido”. Este argumento abre interrogantes sobre un tema fascinante: ¿qué es la memoria? ¿Cómo estamos seguros qué fue lo que realmente ocurrió en el pasado? ¿Tal vez nunca nos pasó lo que nos pasó? Y en mi caso, ¿será que nunca anduve atrapado en el Caribe? Sin embargo, traigo conmigo pruebas irrefutables, mis muchachos, ellos son parte de mis recuerdos.
En mi caso, tomo una que otra experiencia que me interesa explorar y de allí surge mi “ficcionada” vida, si me permiten el verbo. Tengo vida propia. Pero, tal vez tenga algo que no me pertenece realmente, algo capturado por mi condición migrante que ante el más mínimo detalle lo absorbe y acumula. A veces me imagino uno de estos días despertando y yendo por la vida como si nada sintiendo ser una buena persona, y de un momento a otro todo cambia como en una novela de Kafka, y el mundo que me rodea comienza a señalarme con el dedo deicida, comienza a decirme que soy uno de los malos y debo ser condenado. Extenuado alcanzo a darme cuenta que todo es un sueño, o mejor dicho una de las tantas pesadillas que me persiguen. Despierto. Al menos eso creo, aunque no parezco estar convencido.
Quiero proponer tras mi retorno un tiempo indeterminado y abierto. No quiero anclar mi vida en la pandemia. Lo mío fue más que una enfermedad física generalizada como para detenerme. No quiero contar la pandemia. Mi retorno transcurre en un nuevo tiempo y espacio. Quiero trabajar esta historia que comienza en Lima y que transcurre en Venezuela, para finalmente volver a anclarse en la otrora ciudad de los reyes. Trato de que miremos a Lima a través de mi mirada, de lo que veo, oigo, huelo, percibo. Es la Lima que alcanzo a mirar, a la que regreso. Detecto una aventura de lenguaje en mi retorno. Sin guiones en los diálogos, yuxtaponiendo las voces alcanzo momentos de expresión coral peruano-venezolana. Quiero creer que tiene que ver mi propio tempo-ritmo, pues me interesa el ritmo en todo lo que hago. Definitivamente me interesa transmitir cierta musicalidad venezolana casi por la inercia de mis hijos nacidos en tierras llaneras y su madre. Y no me refiero concretamente al acento, que lo vienen perdiendo día a día. Me refiero a cierto ritmo que se percibe en las calles, en las cafeterías, en las colas, en las paradas de autobuses, es decir, en los paraderos limeños. Hay un ritmo determinado, una cadencia y un torbellino en nosotros los que venimos del Caribe.
Y como lo prohibido detona conflictos, genera miedos, de una u otra forma creo que más allá de la condición humana, desde el punto de vista artístico, literario, teatral, son los secretos, los miedos, las contradicciones las que realmente adquieren más importancia. De manera que sin darme cuenta genero un secreto no compartido nunca con nadie. Ese secreto está allí latente como una amenaza eterna. En consecuencia, es inevitable que el miedo se apodere de mi. El miedo a ese secreto, el miedo a salir de esa zona segura, el miedo a los miedos. Lo prohibido siempre trae su cuota de atracción. El deseo es un motor imparable. El deseo es conflicto y el conflicto es acción.
Hay una mixtura de espacios abiertos: el mar del Pacífico y el mar Caribe, las calles, los parques, el sol que tuesta blancos, el sol que suda negros, la luna que ilumina esta inmensa noche oscura. Y sobretodo el espacio cerrado de la casa familiar. He aquí el detalle de la habitabilidad. “ — No vive ya nadie en la casa — me dices — ; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido”. Así se quedó mi madre cuando partí hacia el Caribe, así se quedó el Caribe cuando retorné a los regazos de mi madre ausente que ya había partido al infinito. Lo cierto es que pese a no tener un lugar donde posarme siempre me interesa trabajar la casa familiar como el lugar donde se origina la violencia, lo monstruoso y al mismo tiempo el lugar donde la paz espiritual y el deseo descansan en su hueso. Es menester enseñar a nuestros niños que la casa es nuestro espacio seguro, pero qué podemos enseñar los que no tenemos ese bendito espacio familiar. Los recién llegados. Tenemos que tratar de demostrar con hechos que más allá de lo físico la casa es nuestro hogar que día a día, sea como fuere se constituye en un muro inquebrantable de luchas y sacrificios, de deseos y esperanzas. Que efectivamente hay razones para reconocer que nunca somos totalmente del lugar a donde llegamos, y le agregaría como caso paradójico, tampoco somos totalmente del lugar a donde retornamos, pues del lugar donde saliste siempre te dirán que ya no eres el mismo. Así es que, quien piense que migrar a lo global es fácil, seguramente no sabe que a la medianoche de un 4 de febrero puede amanecer de golpe a nombre de la libertad y la justicia social y tres décadas después, darse cuenta que no fue un amanecer sino todo lo contrario, el principio de una pesadilla que no tiene cuando terminar.
No sé si podrán decir lo mismo quienes creen que un 5 de abril de 1992 amaneció de golpe en el Perú, pero si creo que hay paradojas en la vida tan fuertes como migrar caminando hasta que la planta de los pies literalmente te hagan sentir un árbol sabio y frondoso, capaz de oxigenar la existencia del resto del mundo.