SAN CLEMENTE:

JORGE CARRION RUBIO
8 min readMar 31, 2020

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EL VIENTO DE LA TARDE CONSERVA NUESTROS GRITOS.

Siempre supe que Mattos Mar tenía la razón, que aquella “agua de manzana” que sólo se ofrecía en las afueras de Matucana y Hierbateros, algún día llegaría a Lima, como ha llegado el “caldo de gallina” que antes sólo se veía en zonas andinas…

Tenía doce años cuando me matricularon en el recién inaugurado Colegio San Clemente. Mi ingreso a este Centro Educativo Particular (CEP) fue por una especie de desafío familiar. Si era por mí, hubiera preferido estudiar en un clásico colegio nacional, tal vez en una Gran Unidad Escolar. Pero, entre otras razones, acababa de ingresar donde iban los adolescentes de “buena familia”, donde de una u otra forma intentarían hacerme bilingüe y donde si por “x” recurrente razón de aquellos años se suscitaran paros y huelgas políticas, no había razón para no tener clases, pues aquel colegio particular, llueve, truene o relampaguee, abriría sus puertas.

Corría 1979 y, en aquel año, hacer clases o recibirlas era una actividad muy democrática, estábamos en pleno proceso constituyente. Perú se encaminaba a sancionar un nuevo texto constitucional que regiría los destinos patrios hasta el tristemente célebre Fujimorazo de 1992. Las discusiones analíticas respecto a la vuelta a la democracia emergían como hierba en la pradera, a toda hora y donde quiera que se desarrolle una actividad grupal. De modo que nuestras aulas de clase no podían ser la excepción. Sin embargo, debo confesar que para el alumnado, me incluyo, nuestros temas de conversación y estudio eran otros. Sólo el murmullo de nuestros padres, maestros y medios de comunicación se encargaban de recordarnos que volvíamos a ser libres.

Que en el Reino Unido Margaret Thatcher era la Ángela Merkel de hoy, y que las revoluciones de Irán y Nicaragua, eran un poco el panorama actual de los iraníes y venezolanos, dándonos una idea del innovado “concepto de biopolítica” que por aquellos tiempos comenzaba a tomar cuerpo, es decir, de cómo los Estados ejercen su poder sobre la manera de vivir de los individuos. No era un año de afirmaciones, sino de encrucijadas, de sembrar posibilidades, un momento de revoluciones inciertas, tal cual la incertidumbre que en tiempos actuales plantea el contrapunteo bélico entre EE.UU. e Irán, o el vía crucis existencial de los venezolanos en su laberinto político.

Pero no sólo el Perú retornaba a la democracia, también lo hacía la madre patria España tras el franquismo, celebrando sus primeras elecciones municipales. En el vecino Ecuador Jaime Roldós ganaba la segunda vuelta electoral y llegaba al poder para dos años después propiciar un conflicto armado contra Perú en la “Cordillera del Cóndor”. Nuestra tesis había sido probada, estábamos ante un año de sembrar incertidumbres y extraños paradigmas, como el de los chinos que decidieron implantar la política del hijo único. Mientras nuestro mandatario Bermúdez no menos dictador que su antecesor comunista Velasco Alvarado, conmemoraba el centenario de la guerra con Chile resguardando el componente militar con un criterio disuasivo, en medio de un viraje hacia la democracia.

Pero lo nuestro distaba mucho de lo serio. Más estábamos pendientes de la aparición del fenómeno Maradona en el Campeonato Mundial Sub 20 de Japón y del goleador de aquel certamen “el pelado” Ramón Díaz. Para las damas, igual, no había iTunes, no había iPods ni MP3. Mucho menos Internet. El plan era sencillo: escuchar música en tu radio de transistores, identificar la canción que te gustaba y correr a Héctor Rocca o a La Discoteca para buscar el single, es decir, un vinilo de 45 rpm. Y si la banda te encantaba, comprabas el elepé. En materia de adelantos tecnológicos estábamos pues a años luz del chateo, Facebook, Instagram y demás tecnologías comunicacionales actuales, pese a ello, a sólo unos cuantos años de nuestro primer email, y como si esto fuera poco recién Sony acababa de sacar su primer Walkman que nos invitaba a correr cual Silvester Stallone por las calles limeñas. Deslumbraban nuestros oídos: Donna Summer, Gloria Gaynor, Queen con Freddie Mercury, Rod Stewart, Bee Gees, Kiss y Michael Jackson.

Entre tanto, había que adecuarse al sistema de clases que diariamente nos tenía frente a una “miss” para aprender el nuevo idioma. Como es lo normal de toda institución educativa, nos llamábamos por nuestros apellidos y como el espacio y el tiempo lo traicionan a uno, en la distancia de hoy sólo quedan algunos destellos de aquellos ilustres apellidos cargados de un compañerismo muy particular.

Tal vez por incidentes uno suele recrear mejor aquellos momentos inolvidables. Y cómo no recordar por ejemplo, la pelea del año entre el alargado y espigado Uceda y su contrincante agazapado de mediana estatura Miguel Apestegüi. Todos hacían sus apuestas en las inmediaciones de los botecitos de la otrora cabañita a favor del larguirucho y pocos daban un medio por el blanquiñoso Miguelito. Quizás la influencia de la época presentó a una especie de Tommy Hearns vs Mano de Piedra Duran, versión colegial, y donde Mano de Piedra Apestegüi resultó demoledor, con un literal Knock out sobre su contrincante que terminó tirando la toalla. Sin embargo, no hubo mayor pleito que el que resolvieron Uceda y Apestegüi a mano limpia. Eran tiempos donde las armas y mañas delictivas aún no copaban la escena peruana. Había un carismático chino que se la pasaba desafiando a todo el salón por ser el más macho de la clase.

Otro recordado momento lo propició un joven profesor de inglés que fue tan fugaz como el cometa “Halley” de la época. Tenía la habilidad de colocarse la pierna por encima de su cabeza en posición de pie, ocasionando las risas de la clase. Pero estas risas eran unas risas silenciosas, mudas, pautadas por el propio profesor, que al tan sólo ingresar al aula nos sugería si queríamos descansar y jugar al avioncito durante toda la hora de clases. Como es propio de la edad, accedíamos a su propuesta y los aires del salón de clases se llenaban de avioncitos de papel en medio del murmullo silencioso de nuestras ahogadas sonrisas. Esa hora era tal cual una hora loca de reírnos a carcajadas en medio de una guerra de avioncitos. Hasta que un buen día se nos acabó la fiesta. Sorpresivamente la puerta se abrió sin siquiera tocarla y apareció en medio de semejante festín el rostro augusto, serio, frio y amargado de Miss Liza, la encargada del área de inglés. Miró fijamente los ojos del teacher y lo invitó a retirarse del aula y luego, nos imaginamos, a abandonar el colegio, pues nunca más supimos de él.

Pero el momento crucial fue cuando se me presentó el reto de participar en las olimpiadas del colegio. Allí me anoté en ajedrez sólo por afición, pero terminé jugando la final contra un alumno de quinto año de secundaria de apellido Koo que lo había ganado todo. Su origen chino lo hacía sentirse tan seguro que lo primero que hizo al sentarse frente al tablero para disputar la partida fue recordarme en el oído que había ganado absolutamente todas las competencias deportivas e intelectuales del colegio, de tal suerte que sólo le faltaba llevarse la medalla en esta categoría. Y que ni en sueños iba a permitir que un alumno de primer año le arrebate el triunfo. A Dios gracias el chino no pudo cumplir su amenaza. Me hice acreedor de una medalla de honor, un juego de ajedrez y un diploma. Pero el premio más grande fue el ir a representar al colegio en el Campeonato Interescolar de Ajedrez que la Federación de esta disciplina deportiva realizaba anualmente. Allí competí hasta con el campeón nacional y posterior maestro a nivel mundial, Julio Granda, entre otras personalidades de este deporte. Años después me di cuenta de la dimensión mundial de aquel muchacho arequipeño, desgarbado, sencillo y de hablar pausado.

Y como el ajedrez va de la mano con las matemáticas, cómo no recrear aquellos días donde el libro Baldor era devorado por nuestras mentes en pleno desarrollo. Era el hijo de uno de los dueños del Colegio nuestro profesor de álgebra. Un tal Albarracín. De un día para otro teníamos que resolver todos los ejercicios concernientes al capítulo que habíamos trabajado. Y aquel que no tenía los ejercicios desarrollados en el cuaderno de Algebra, muchas veces se quedaba sin acceso a clases. Y como se trataba del hijo del dueño, no quedaba otro remedio que amanecerse con los ejercicios o en caso contrario dejar de asistir.

Las chicas del San Clemente eran para todos los gustos y disgustos. Desde Sandra Villa, una simpática blanquiñosa compañera de clases hasta la propia miss Amelia que nos daba inglés diariamente. Edda Taramona, María Elena Ruiz, Sofi Martell, todas muy inteligentes. Tanto que a pesar de ser un colegio mixto nuestras relaciones amicales eran de lo más salomónicas, divertidas y homogéneas. No había ofensas ni desplantes por cuestión de género. Lo cual no implicaba seriedad en exceso, sino todo lo contrario, siempre una algarabía, una alegría, un ritmo, una chacota, un chongo, como solíamos coloquialmente describirnos. Sin embargo, como era un año no de afirmaciones, sino de encrucijadas, de sembrar posibilidades, y el machismo imperaba, algunos miembros de nuestro clan colegial detectó la probable existencia de un compañero gay. Fui uno de los defensores de la masculinidad de aquel muchacho, pero no pasaron muchos años, ya graduados, y un inusitado día me lo encontré literalmente hecha toda una mujer en el centro de Lima, con vestido y tacones. Sólo cuando me dijo su apellido con voz gruesa pude detectar que se trataba de él. Lo saludé y una vez más comprendí que aquel 79 había sido un año visionario. No existía esa apertura actual que nos permite un trato similar hacia caballeros entusiasmados por dejar de serlo.

La salsa que andaba de moda nos movía el piso. El grupo Menudo hacía lo propio y hasta lo emulábamos en un escenario Miraflorino. No faltaban los ochenteros con sus ritmos en inglés y los desplantes hacia la música chicha y vernacular. Sin embargo, muchas veces nos llevábamos un chasco cuando visitábamos los aposentos de nuestros supuestos “pitucos” compañeros de estudio, pues descubríamos en sus salas, una amplia discoteca con LP’s de Los Shapis, Chacalón y ritmos folklóricos que en su descargo los atribuían a ser discos de sus empleados para salir del bochornoso momento o “roche”. “Si claro, tu empleada tiene sus discos en tu sala”. Nos reíamos.

Era un tiempo donde aquel desborde popular del campo a la ciudad que describía Mattos Mar, se venía gestando, pero donde el rechazo hacia sus ritmos y costumbres no eran aceptados en el común denominador de los medios de comunicación y por ende en las clases medias, altas de la sociedad limeña. En medio de una comunicación exenta de la autopista de información, internet, tomaba tiempo aceptar cierta tendencia social que se comenzaba a suscitar en determinados lugares de la gran urbe. Era un escenario ideal para crear zozobra y desconcierto a través de insinuaciones sediciosas que años después sembrarían el caos en el Perú, tras la aparición de Sendero Luminoso y el MRTA, bajo la coartada perfecta de luchar contra la discriminación social existente.

Han pasado muchos años de todo aquello y quien iba a pensar que “la más más de la semana de Radio Panamericana” ahora sea un ritmo “tropicalandino”. Siempre supe que Mattos Mar tenía la razón, que aquella “agua de manzana” que sólo se ofrecía en las afueras de Matucana y Hierbateros, algún día llegaría a Lima, como ha llegado el “caldo de gallina” que antes sólo se veía en zonas andinas, la “papa con huevo”, “la cachanga”, es decir, aquellas manos morenas con su tradicional anticucho, pancita y picarones, han sido reemplazadas y hasta desplazadas por manos andinas y sus exóticos platos típicos.

Aún, pese a que el vecindario de Santa Beatriz ha ido cambiando, en los alrededores de nuestra otrora alma mater el viento silva y de alguna manera envuelve nuestros sonidos detenidos en el tiempo, incluso pese a que la estructura del viejo Estadio Nacional ha sido renovada, cada vez que paso por sus inmediaciones, que aquellos años me conducían a mi hogar, tengo la impresión que el viento de la tarde conserva nuestros gritos y que algún balón vendrá rebotando de aquel más allá y nos permitirá correr tras él y darle un shut gritando gol, y observando la sonrisa de entrañables compañeros de clase como Juan Carlos Ojeda, Juan Balta, Humberto Yactayo, El Gussi, Marcos Campos, Luchito Montoya, Marchena, Gamarra, entre otros.

JCR

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Written by JORGE CARRION RUBIO

Soy tal vez aquella brisa que acaricia tu existencia, es decir, escritor, poeta, periodista, hombre de a pie. Si me buscas en google reconocerás mis pasos…

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