WILL
(El libro autobiográfico de Will Smith)
Un año después de la entrega del Oscar que será recordado por el bofetón de Will Smith a Chris Rock (27 de marzo de 2022), el otrora “Principe del rap” y actor de las películas “Soy leyenda”, entre otras, tras estar impedido por diez años de asistir a los premios de la academia por ese incidente, inesperadamente comienza a destacar en el mundo de la literatura con su libro “WILL” publicado el 2021. La autobiografía de Will escaló del lugar 14 al número dos en los últimos días dentro de los bestsellers del New York Times y se encuentra entre los 150 libros más buscados, de acuerdo a la lista de USA Today.
A continuación, un extracto de un libro valiente e inspirador que nos muestra la vida del actor, donde se conjugan el éxito, la felicidad interior y la conexión humana.
EL MURO
Cuando tenía once años, mi padre decidió que necesitaba un muro nuevo en la entrada de su taller de electrodomésticos. Sería un muro grande, de unos tres metros sesenta de alto y seis de largo. El antiguo se estaba derrumbando y le entraban los mil males solo de verlo. Pero en lugar de contratar a un albañil o una empresa de construcción, pensó que este sería un buen proyecto para Harry, mi hermano pequeño, y para mí. Papá se encargó de la demolición.
Recuerdo mirar el agujero con una incredulidad apabullante. Yo estaba totalmente convencido de que ahí no volvería a haber un muro nunca más. Cada día, durante casi un año entero, mi hermano y yo íbamos al taller de mi padre después de clase para trabajar en ese muro. Lo hicimos todo nosotros. Excavamos la base, mezclamos la argamasa y cargamos los cubos.
Todavía recuerdo la fórmula: dos partes de cemento, una parte de arena y una de cal. Harry se encargaba de la manguera. Hacíamos la mezcla con las palas, amontonándola en la acera, y luego llenábamos cubos de ocho litros y colocábamos los ladrillos uno por uno. Lo hicimos sin barras de refuerzo ni piezas de madera, solo con uno de esos niveles con la burbujita de agua en el centro. Cualquiera que sepa algo sobre construcción sabrá que hacer esto así es una maldita locura. Siendo honestos, esto se parecía más bien a los trabajos forzados que hacían los prisioneros. Hoy en día tendríamos que llamar a los servicios sociales. Era un trabajo tan pesado e innecesariamente largo que nos llevó casi un año a los dos niños que éramos, cuando una cuadrilla de adultos lo habría terminado en un par de días como máximo. Mi hermano y yo trabajamos fines de semana, festivos y vacaciones. El verano de ese año también lo pasamos trabajando. Nada era más importante. Mi padre nunca se tomaba un día libre, así que nosotros tampoco podíamos. Recuerdo mirar el agujero con un desánimo total. No veía el fin. Las dimensiones me resultaban inabarcables. Parecía que estuviéramos construyendo la Gran Muralla del Oeste de Filadelfia: miles de millones de ladrillos rojos que se extendían infinitamente hasta perderse en el horizonte. Estaba seguro de que me haría viejo y seguiría mezclando hormigón y cargando cubos. No me cabía la menor duda. Pero papá no nos permitía parar. Todos los días teníamos que estar allí, cargando cubos y poniendo ladrillos. Daba igual si llovía, si hacía un calor del infierno, si yo estaba enfadado, triste, enfermo, o si tenía un examen al día siguiente. No se aceptan excusas. Mi hermano y yo intentamos quejarnos y protestar, pero a papá no le importaba. Estábamos atrapados. El muro era una constante, era eterno. Las estaciones cambiaban, los amigos iban y venían, los maestros se jubilaban, pero el muro perduraba. El muro perduraba siempre. Un día, Harry y yo estábamos de un humor de perros. Íbamos arrastrando los pies y refunfuñando: «esto es imposible», «es que es ridículo». — ¿Por qué tenemos que construir un muro siquiera? Es una tarea imposible. No se acaba nunca. Papá nos oyó, tiró sus herramientas al suelo y caminó hacia donde estábamos cotorreando. Me arrebató un ladrillo de la mano y lo sostuvo frente a nosotros. — ¡Dejad de pensar en el maldito muro! — dijo — . Aquí no hay ningún muro. Aquí lo que hay son ladrillos. Vuestro trabajo es colocar bien este ladrillo. Luego pasáis al siguiente ladrillo. Y después colocáis ese otro ladrillo perfectamente. Y luego el siguiente. No os preocupéis por ningún muro. Preocupaos por el ladrillo en cuestión. Se dirigió de nuevo hacia su taller. Harry y yo nos miramos, sacudimos la cabeza («Este tío es un chalao») y nos pusimos a mezclar de nuevo. Algunas de las lecciones más impactantes que he recibido las tuve que aprender a pesar de mí mismo. Me resistía, las rechazaba, pero finalmente el peso de la verdad las hizo irrefutables. El muro de ladrillo de mi padre fue una de esas lecciones. Los días se hacían largos y, por mucho que odiara admitirlo, empecé a comprender a qué se refería. Cuando me concentraba en el muro, el trabajo se me hacía imposible, interminable. Pero cuando me centraba en un solo ladrillo, todo me parecía fácil: por supuesto que era capaz de poner un maldito ladrillo. A medida que pasaban las semanas, los ladrillos iban escalando, y el agujero se iba haciendo cada vez más pequeño. Comencé a entender que la diferencia entre una tarea que parece imposible de conseguir y otra que parece factible es solo una cuestión de perspectiva. ¿Te estás centrando en el muro o te estás centrando en el ladrillo? Ya se trate de superar las pruebas de admisión para la universidad, de triunfar como uno de los primeros raperos de fama mundial o de desarrollar una de las trayectorias más exitosas de la historia de Hollywood, en todos esos casos lo que parecían metas imposibles de alcanzar podían dividirse en tareas manejables individualmente, muros insuperables compuestos por una serie de ladrillos que uno sí concibe colocar. Durante toda mi carrera he sido absolutamente implacable. Me he entregado con una ética de trabajo de intensidad sin límites. Y el secreto de mi éxito es tan aburrido como sorprendente: vas y pones otro ladrillo. ¿Te enfadas? Pones otro ladrillo. ¿Se estrena una película y no funciona en taquilla? Pones otro ladrillo. ¿Caen las ventas de tu álbum? Te levantas y pones otro ladrillo. ¿Tu matrimonio se está hundiendo? Pones otro ladrillo.
En los últimos treinta años, como todos nosotros, me he enfrentado al fracaso, a la pérdida, a la humillación, al divorcio y a la muerte. He visto cómo mi vida peligraba, cómo me quitaban mi dinero, cómo invadían mi privacidad, cómo se desintegraba mi familia, y, aun así, todos los días me levantaba, mezclaba cemento y ponía otro ladrillo. Da igual por lo que estés pasando, siempre hay otro ladrillo en el suelo, delante de ti, esperando a que lo pongas. La pregunta es: ¿te vas a levantar a ponerlo? He oído que la personalidad de un niño se ve influida por el significado de su nombre. A mí mi nombre me lo puso mi padre, me dio su nombre, y con él me otorgó la mayor virtud de mi vida: la habilidad para superar las adversidades. Me dio voluntad, que es lo que significa mi nombre en inglés, Will. Era un día nublado y frío, y hacía casi un año desde que mi hermano y yo habíamos empezado el trabajo. En ese momento, el muro se había convertido en un elemento tan importante en mi vida que la idea de acabarlo me parecía una alucinación. Me daba la impresión de que, si algún día llegábamos a terminar, aparecería otro agujero, justo detrás del primero, que tendríamos que disponernos a rellenar de inmediato. Pero esa gélida mañana de septiembre hicimos nuestra última mezcla, llenamos el último cubo y pusimos el último ladrillo. Papá estaba de pie observando cómo lo colocábamos. Cigarrillo en mano, permaneció en silencio admirando nuestro trabajo. Una vez que Harry y yo colocamos y nivelamos ese último ladrillo, se produjo un silencio. Harry se encogió de hombros («¿Y ahora qué? ¿Saltamos de alegría? ¿Lo celebramos?»). Dimos un paso atrás con cierta cautela y nos quedamos cada uno a un lado de mi padre. Los tres inspeccionamos el nuevo muro familiar. Papá tiró el cigarrillo al suelo, lo apagó aplastándolo con la bota, soltó la última bocanada de humo y, sin apartar la vista del muro, dijo: «Ni se os ocurra decirme nunca que hay algo que no podéis hacer». Y entonces entró en su taller y volvió al trabajo.
WILL SMITH